La vida se encarga de poner todo en su sitio. Cuando el buen mapache anda tan, pero tan ocupado que no puede dedicarle el tiempo que le gustaría a escribir para el blog, llega el buen Javier (Aka. Sherlock) al rescate (y le digo “buen” Javier no porque lo sea, sino porque aquí en el Blog somos decentes y no queremos que el mundo se entere que el muchacho padece un caso grave de satiriasis, además de unos niveles de disfuncionalidad extremos).
Ya Javier nos había deleitado con la entrada anterior titulada “Un viaje al fin del mundo: Nordkapp, Noruega” y hoy vuelve a aparecer con un relato sobre Tristán de Acuña, la isla habitada más remota del mundo y uno de esos lugares que amamos los seguidores de éste, su Blog de Banderas. Entonces, como siempre, traigan café, vayan al baño (porque el viaje es largo) y acomódense que empezamos. Con ustedes, Javier y Tristán de Acuña:
Supongamos que estoy harto de todo y de todos y quiero escapar. Quiero irme al sitio más remoto, adonde llegar sea difícil, costoso y largo. Donde apenas un puñado de habitantes (no es cuestión de volverse loco y hablar contigo mismo todo el tiempo) puedan interactuar contigo. Y de donde marcharse sea también muy difícil. Supongamos que no quiero noticias del exterior, ni restaurantes, ni avenidas, ni aviones, ni trenes. Y que quiero aprender el significado de la palabra “lejos”.
Elegiría una isla remota. Una isla inaccesible… tan inaccesible que la isla se llamaría Isla Inaccesible. Y la colocaría en medio de ningún sitio, a mitad de camino entre allá y más allá. Sería una isla pequeña, poco poblada, sin aeropuerto, sin apenas comunicaciones. Y la rodearía de acantilados. Blog de Banderas: Sería algo así como lo que me dijo Tumblr ayer cuando hice una búsqueda y no encontró nada… NADA DE NADA, miren:
Bien, para dirigirme al más absoluto vacío, a la nada infinita, haría las maletas, me armaría de paciencia y, tras más de una semana de viaje solitario y peligroso, llegaría a Tristán de Acuña: El lugar habitado más remoto del planeta.
Pero ambientémonos antes. Tristán de Acuña (Tristan da Cunha) es territorio británico. Concretamente, hace parte del Territorio Británico de Ultramar de Santa Elena, Ascensión y Tristán de Acuña. Se trata en realidad de varios archipiélagos divididos entre la Isla de Santa Elena (122 km²) y 2 dependencias de ésta: Ascensión(91 km²) y Tristán de Acuña (207 km²). A su vez, Tristán de Acuña es en sí mismo un archipiélago formado por la homónima isla principal y las deshabitadas Inaccesibley Nightingale. Finalmente, y para terminar de complicar el asunto, existe una isla adicional llamada Gough – de la que ya hablamos en este blog hace un tiempo en la entrada titulada “Isla de Gough: un viaje a la inaccesibilidad” – , habitada únicamente por 12 miembros del programa antártico sudafricano, que a su vez es una dependencia de Tristán de Acuña y, obviamente, hace parte del Territorio Británico de Ultramar de Santa Elena, Ascensión y Tristán de Acuña (Blog de Banderas: Ahí lo tienen señores, diarrea mental geográfica en su máxima expresión… y todo esto en la mitad de la mismísima nada).
En el mapa se ven 4 puntos que corresponden a las 4 islas más importantes del Territorio Británico de Ultramar de Santa Helena, Ascención y Tristán da Cunha. En orden descendente, la primera es la Isla Ascención, la segunda Santa Helena – donde además el gobierno británico envió a Napoleón Bonaparte al exilio en 1815 -, la tercera es Tristán da Cunha y la cuarta es la Isla de Gough (Fuente)
Fueron descubiertas por un navegante portugués cuyo nombre seguro que adivinan (sí, Tristão da Cunha, muy original el mozo) en 1506, pero no estuvo habitada de forma estable y continuada hasta más de 300 años después, cuando la Corona Británica se las anexionó con el motivo de impedir que los franceses organizasen una expedición para liberar a Napoleón Bonaparte, que se “hospedaba” en Santa Helena, a más de 2.000 km al norte.
Llegar a Tristán de Acuña es toda una aventura. Se encuentra en pleno Océano Atlántico Sur, a casi 3.000 km de distancia de Ciudad del Cabo en Sudáfrica, a más de 3.300 km de Río de Janeiro en Brasil y a más de 2.000 del lugar habitado más cercano, que es precisamente la Isla de Santa Helena.
Imaginemos que queremos llegar allí. Lo que tendríamos que hacer es escribir al Consejo Insular y especificar cuándo planeamos ir, dónde pretendemos quedarnos y el propósito de nuestra visita. Supongamos que convencemos a las autoridades locales de que no somos unos pendejos y que hemos encontrado un sitio donde quedarnos (no hay hoteles en la isla, amigo mío). Ahora, toca sacarnos un vuelo a Ciudad del Cabo, dirigirnos al puerto de Ciudad del Cabo sobre la Bahía de la Mesa donde existen dos opciones: 1. Convencer a los miembros del Programa Antártico Sudafricano de llevarnos en el Barco Agulhas II que visita la isla con frecuencia, ó 2. Consultar las salidas de algún barco pesquero de la compañíaOvenstones, que puede transportar solamente 12 pasajeros. Después, al no tener relación con ningún habitante de la isla, en cuyo caso tendríamos una tarifa más asequible, aflojar la nada desdeñable cantidad de USD 1.000 para asegurar un cupo en el barco. Más tarde, toca mirar al cielo y esperar que la meteorología sea benévola y no provoque la cancelación del viaje. Y, por último, cruzar los dedos para que en tu mismo barco no viaje algún residente, o algún médico, o algún oficial, o alguien que realmente tenga algo importante que hacer allí, porque en ese caso, al tener preferencia, te quedas en tierra. Y a esperar al siguiente barco, que puede tardar un mes en zarpar.
Imaginemos que es nuestro día de suerte. Hemos logrado el permiso, el tiempo es bueno y hemos logrado subirnos al barco. Nos esperan 5 ó 6 días de navegación en un barco con un solo baño para los 12 pasajeros, una sala para ver la televisión, un par de sillas en cubierta y puñados de pastillas antimareo en nuestro estómago.
Bien, pues hemos llegado a Tristán de Acuña. Bueno, no: la falta de un puerto con un tamaño suficiente hace que los barcos tengan que atracar a unas millas de distancia y los pasajeros deban llegar a la isla en lanchas o pequeñas embarcaciones de poco calado, lo que genera peligrosos vaivenes cuando el mar está picado (que es casi siempre). Y ahora, sí. Enhorabuena, llegar hasta aquí tiene su mérito:
Comencemos a explorar la isla. Primero de todo, tenemos que alojarnos en alguna parte. Previamente, habremos tenido que contactar con alguno de los 270 habitantes de la isla para buscar cobijo, pues esta es la única manera de dormir aquí. El precio por acomodarte será de GBP 50 (unos 60€) por día, incluidas tres comidas, cama y lavandería. Con lo difícil que es llegar, parece que quedarse allí no sale caro. De ese precio, el 25% se lo queda la familia y el resto va para el Gobierno. Un gobierno en el que no es difícil participar: el Gobernador, que lo es también de la isla de Santa Helena y de Ascensión y que representa a Su Majestad la Reina de Inglaterra, designa un Administrador de entre los 270 habitantes. Éste actúa en consonancia con el Consejo de la Isla, formado por 8 personas elegidas por sufragio universal y 3 designadas por el Gobernador. La probabilidad de alojarnos en casa de un mandamás es bastante elevada.
Vale, hemos llegado a la isla y hemos encontrado alojamiento. ¿Qué hacemos ahora? Poco, realmente. Hemos dicho que queríamos alejarnos de todo y de todos. En una isla como ésta, donde la economía se basa en la pesca de la langosta y en la venta de sellos para coleccionistas; donde gran parte de su geografía la compone un volcán de más de 2.000 metros de altura; donde tan solo hay una carretera pavimentada; donde su capital, Edimburgo de los Siete Mares (madre mía), concentra toda la población de la misma; donde hay tan solo un pub (de nombre Albatross) que abre unas pocas horas; una sola tienda; donde, para actualizar el estatus de Facebook se debe acceder a internet a través de una conexión telefónica de esas de 1995 y donde no hay playas de arena… las actividades se reducen a disfrutar de la desolación, de la sensación de lejanía.
Bueno, se puede jugar al golf, se puede hacer trekking por el volcán (acompañado por un residente, eso sí), visitar la Isla Inaccesible (que, pese a su nombre, no lo es) y emborracharte en el pub. Lo que realmente hay que hacer aquí es hablar con los isleños. Todos los habitantes son descendientes de las primeras familias que fueron a vivir a Tristán, y por tanto, de las 80 familias que residen, tan solo existen 8 apellidos distintos: Glass, Green, Hagan, Laverello, Repetto, Rogers, Swain y Patterson. No es difícil encontrarse algún genetista realizando estudios sobre enfermedades y sus patrones de transmisión: el asma y el glaucoma son endémicos. Lo que sí es peligroso es caer enfermo. Existe un hospital con médico y enfermeras que presta servicio aquí, incluso con escáner y máquina de rayos-X. Pero las urgencias más complicadas son trasladadas a Ciudad del Cabo. Más vale que no nos pase nada…
Aunque todos los habitantes fueron trasladados a Inglaterra en 1961 tras la erupción del volcán que domina la isla, casi todos ellos optaron por volver a sus casas después de que pasara el peligro. Experimentaron la vida en una isla más de 2.000 veces más grande que la suya, con sus coches, estadios deportivos, tráfico, grandes ciudades, personas desconocidas… pero eligieron su pequeña comunidad. Su decisión puede resultar extraña, pero prefieren vivir en Tristán, un lugar donde todos se conocen; donde la tasa de criminalidad es igual a cero; una isla en la que las puertas de las casas y de los coches están siempre abiertas.
La gente joven viaja al continente en busca de aventuras y mujeres (u hombres)(Blog de Banderas: Eso quiere decir que, a diferencia del Nordkapp, no creo que Tinder le funcione al señor Javier para conseguir sexo en Tristán de Acuña… Ya no creo que le interese ir por esas latitudes), pero casi todos ellos vuelven y forman una familia aquí, como sus antepasados han venido haciendo durante decenios.
“Me he enamorado de la isla y quiero quedarme aquí a vivir”. Amigo mío, lo tienes difícil. En Tristán de Acuña, la tierra es comunal y a cada familia se le asigna un lote, de manera que la acumulación de riqueza individual es extraordinariamente complicada. Los pastos también están regulados con el fin de preservar el equilibrio natural. Por tanto, y aquí viene el corolario, no se admiten nuevos vecinos en la isla. Vamos, que hay que marcharse.
Marcharse… Abandonar este trozo-de-tierra-en-medio-de-ninguna-parte puede llegar a ser difícil. También. Pese a tener reservado el billete de vuelta, el mar puede (y de hecho, ocurre a menudo) jugar una mala pasada y hacer que se retrase la llegada del barco uno, dos o incluso más días. Más vale que no nos quedemos sin dinero.
Tristán de Acuña, Tristan da Cunha… ¿Es esto lo que entendemos por un paraíso perdido en medio del océano? No precisamente. Pero no me pueden negar que este es un lugar insólito. Un lugar donde merece la pena ir una vez en la vida. Uno de esos sitios a los que llegar ya es una aventura, en los que interactuar con sus habitantes es una delicia… y en el que realmente se puede tener la verdadera sensación de que no nos hacen falta muchas de las cosas que consideramos imprescindibles en nuestra vida diaria. Un lugar diferente. Único, más bien.
Y hasta aquí llegamos por hoy. Espero que lo hayan disfrutado tanto como yo y, de nuevo, ¡muchas gracias a Javier por tomarse el tiempo para escribir en el Blog de Banderas! Pero antes de irnos, les dejo a continuación los textos que ha escrito el buen Javier en éste y en el blog del lado… péguense una pasada por ahí y los leen.
- Un viaje al fin del mundo: Nordkapp, Noruega
- La tierra de los cazadores de fronteras
- Fierros bajo el agua: Tijuana y el pinche muro
- Un viaje a un país que no existe: La República Turca del Norte de Chipre
- Algunos territorios desconocidos de España en el Mar Mediterráneo
Por último, les dejo las redes sociales del Blog. Síganme y echamos chisme como es debido: Twitter / Instagram / Facebook / Youtube. Hasta una próxima oportunidad y, como siempre, ¡adiós pues!
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