Como yo no soy demasiado aventurera ni especialmente viajera, la verdad es que no tengo mucho donde elegir...
Probablemente el viaje que más emocionante me resultó en su momento fueron los 2.000 kilómetros que hice en el coche de un semidesconocido, un hombre que había conocido dos semanas y media antes (y que años más tarde se convertiría en mi marido).
Salimos de Madrid un viernes por la mañana y nos dirigimos hacia el noreste. Pasado Zaragoza, yo insistí en visitar fugazmente Barcelona, pues nunca había puesto los pies allí. Dimos una vuelta rápida y a continuación fue él el que se empeñó en cruzar los Pirineos pasando por Andorra. Ese día, sin embargo, no conseguimos llegar a la frontera, así que hicimos noche en un pueblo de Lérida.
Al día siguiente, recorrimos toda Francia por la autopista del Mediterráneo. Bastante entrada la noche llegamos a Suiza, donde nos dimos cuenta de que el coche necesitaba gasolina, pero a esas horas no parecía haber ninguna gasolinera abierta.
Al final encontramos una, pero no admitía nuestras tarjetas de crédito y nosotros no teníamos francos suizos, de modo que anduvimos por Zurich hasta que por fin nos cambiaron dinero en un hotel a las 3 de la mañana. Cuatro horas más tarde llegamos a nuestro destino muertos de sueño y cansancio (sobre todo él, yo no sabía conducir por aquel entonces).
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